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XXIII Aniversario Jufra San Martin

XXIII Aniversario Jufra San Martin

martes, 27 de mayo de 2008

Empiezan las renuncias de Clara

De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza un sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se fuera preparando para ser una santa religiosa. Para Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio y en deseos de darse sin límites a los demás. Días más tardes fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas Benedictinas, ya que su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su búsqueda con la determinación de llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de edad, obligan finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla. Días más tardes, San Francisco, preocupado por su seguridad dispone trasladarla a otro monasterio de Benedictinas situado en San Angelo. Allí la sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la expansión de la Orden y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa Clara. Le sigue también su prima Pacífica. San Francisco les reconstruye la capilla de San Damián, lugar donde el Señor había hablado a su corazón diciéndole, "Reconstruye mi Iglesia". Esas palabras del Señor habían llegado a lo más profundo de su ser y lo llevó al más grande anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a esa respuesta de amor, de su gran "Si" al Señor, había dado vida a una gran obra, que hoy vemos y conocemos como la Comunidad Franciscana, de la cual Santa Clara se inspiraría y formaría parte crucial, siendo cofundadora con San Francisco en la Orden de las Clarisas. Cuando se trasladan las primeras Clarisas a San Damián, San Francisco pone al frente de la comunidad, como guía de Las Damas Pobres a Santa Clara. Al principio le costó aceptarlo pues por su gran humildad deseaba ser la última y ser la servidora, esclava de las esclavas del Señor. Pero acepta y con verdadero temor asume la carga que se le impone, entiende que es el medio de renunciar a su libertad y ser verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de sus hijas espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas. Desde que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en plenitud. Siempre atenta a la necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su atención de Madre, son recuerdos que aún después de tanto tiempo prevalecen y son el tesoro mas rico de las que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres. Sta. Clara acostumbraba tomar los trabajos mas difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de los detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de madre y de esa verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos. Por el testimonio de las misma hermanas que convivieron con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a las que eran mas delicadas les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo. Cuando hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la mortificación. Su gran amor al Señor es un ejemplo que debe calar nuestros corazones, su gran firmeza y decisión por cumplir verdaderamente la voluntad de Dios para ella. Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo muy evidente y es, precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas. La humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las mas grandes pruebas de su humildad fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección. Se exigía mas de lo que pedía a sus hermanas. Hacía los trabajos mas costosos y daba amor y protección a cada una de sus hijas. Buscaba como lavarle los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y no había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema humildad. "En una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la hermana y lo besó." Con su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada mas que al Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella la Santa Pobreza era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza, que por fin fue otorgado por el Papa Inocencio III. Para Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno podía alcanzar mas perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido en el pesebre. Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió nada terrenal para si y cuya única posesión era vivir la voluntad del Padre. La pobreza alcanzada en el pesebre y llevada a su cúlmen en la Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo fue obedecer y amar. La vida de Sta. Clara fue una constante lucha por despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor y todo lo que le limitara su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el deseo por la salvación de las almas. La pobreza la conducía a un verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al igual que San Francisco, veía en la pobreza ese deseo de imitación total a Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva sino como la manera y forma de vida que el Señor les pedía y la manera de mejor proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio. Siguiendo las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: "Santo padre: le suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo". A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros".

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Nuestro padre Francisco

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